miércoles, 17 de diciembre de 2008

El maestro y la patria

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Cada biblioteca guarda tantos libros, cada libro guarda tantos secretos. Entre ellos siempre vuelvo a los del maestro Borges, que nunca se rehúsa a compartir una tarde con esta humilde servidora, contándome sus tantas anécdotas sobre sus disímiles y maravillosos intereses (inteseses que, sabe, aun desde mi ignorancia yo comparto). Hoy, al visitarlo en su estante en lo alto de mi torre, por vez primera me ha hablado de mi patria:

Las Islas del Tigre

Ninguna otra ciudad, que yo sepa, linda con un secreto archipiélago de verdes islas que se alejan y pierden en las dudosas aguas de un río tan lento que la literatura ha podido llamarlo inmóvil. En una de ellas, que no he visto, se mató Leopoldo Lugones, que habrá sentido, acaso por primera vez en su vida, que estaba libre, al fin, del misterioso deber de buscar metáforas, adjetivos y verbos para todas las cosas del mundo.
Hace muchos años, el Tigre me dio imágenes, quizá erróneas, para las escenas m
alayas o africanas de los libros de Conrad. Esas imágenes me servirán para erigir un monumento, sin duda menos perdurable que el bronce de cieros infinitos domingos. He recordado a Horacio, que sigue siendo para mí el más misterioso de los poetas, ya que sus estrofas cesan y no termian, asimismo son inconexas. No es imposible que su mente clásica se abstuviera deliberadamente del énfasis. Releo lo anterior compruebo con una suerte de agridulce melancolía que todas las cosas del mundo me llevan a una cita o a un libro.